Estación de Bomberos Ave Fénix
En su clásico El asesinato considerado como una de las bellas artes, el escritor inglés Thomas de Quincey habló del placer que, tras asegurarse de la ausencia de víctimas, provoca ver un edificio en llamas. Un siglo más tarde, los pirómanos austriacos de Coop Himmelblau utilizaron el fuego como material en sus primeras intervenciones arquitectónicas, y el suizo-francés Bernard Tschumi teorizó, una arquitectura que producía un placer pirotécnico, “tan inútil como quemar cerillas”.
La realidad, trágica seguramente, nos proporciona placeres menos extremos que los pregonados por este inglés, confeso comedor de opio, y los arquitectos europeos de las neovanguardias, pero probablemente más útiles: el gobierno de la Ciudad de México y una de sus delegaciones decidieron construir –tal vez con cierto simbolismo justiciero– una estación de bomberos en el sitio que dejara libre un terrible incendio. Este gesto simbólico, aunado a la efectividad que tuvo intervenir un espacio en Avenida de los Insurgentes tras muchos años de olvido estético, se propuso como un gesto arquitectónico contemporáneo consciente de sus condiciones y, por lo tanto, de sus posibles efectos.
Debido a las condiciones del sitio y el programa, y en adición a las áreas básicas requeridas para una estación de bomberos, se entretejieron espacios públicos y privados incorporando programas de capacitación y consulta para el público en general. Al exterior, el proyecto funciona como una caja elevada que desaparece detrás de su fachada, apropiándose del contexto urbano mediante una gama de reflejos que flotan desde el interior del patio de maniobras y se extienden en un tejido de luz hacia la calle, y a la inversa.
Así, funge a la vez como una lectura del funcionamiento del edificio generada a partir del flujo de los sistemas de transporte que utiliza. Al interior de la caja cromada los programas públicos y privados se auto organizan a través de planos con perforaciones de distintos diámetros que generan tejidos verticales y horizontales de circulaciones, iluminación, vistas cruzadas y diferentes usos. El espacio se comparte a través del patio cívico que, sin mezclarse, logra interactuar y complementarse, conectándose con el nivel de la calle gracias a los siete metros de altura del primer nivel.
Una vez terminada la construcción, el completo y complejo funcionamiento de la pieza adoptó el equipamiento urbano requerido como una reflexión y, a la vez, una acción arquitectónica.