Casa de los nueve pórticos
Gemma y Álvaro deciden hacerse su primera casa tras décadas viviendo en Bélgica con la memoria de su vida en Cataluña y Asturias siempre presente. Vuelven a Andalucía, donde él estudió, buscando la vida de un pueblo del sur, luminoso, apacible, cercano a Sevilla, donde reencontrarse con algún amigo común.
Adquieren una parcela de 5x30 metros con una sola fachada orientada casi al norte en la calle principal. El solar es estrecho y largo, resultado de las parcelaciones agrícolas que permitían la convivencia de la vivienda con alguna edificación destinada al acopio de aperos de labranza o corrales. El programa a desarrollar es modesto, apenas un par de dormitorios y alguna particularidad, como un habitáculo donde ambos puedan disfrutar de una sauna, un lugar donde Gemma pueda hacer grabados y donde tener una pequeña cocina exterior. Esperan visitas de amigos y familiares de vez en cuando a los que querrían acoger. Acarrean objetos, libros y cuadros, rastros de toda una vida, también llevan consigo recuerdos de haber vivido en lugares intensos cuya vivencia quisieran recuperar: un pozo y un árbol, un patio, la luz meridional.
Las proporciones del solar y la memoria agrícola de estas parcelas sugieren generar un espacio por repetición de pórticos equidistantes, los cuales definen crujías que se construyen en una o dos plantas o se ahuecan para generar patios, proporcionando un espacio continuo que va matizando sus características ambientales y funcionales. De este modo se crea una secuencia pautada por un primer patio de recibo que matiza las relaciones con la calle, a continuación tres crujías que albergan la vivienda, una crujía más de la que solo queda la estructura para formalizar un porche ensombrecido a modo de palio, dos crujías que constituyen el patio al sur (más bien un hortus conclusus) y un último volumen que remata el solar como un pabellón donde pintar y cocinar con amigos, cuya cubierta, más baja que el resto de la casa, se planta con especies arbustivas, continuación del jardín donde el pozo y el árbol que habitaban en la memoria de Gemma toman forma como un caqui y una pequeña alberca cuyo vaciado procura el agua para el riego.
La construcción metálica de esta estructura y el color almagra, propio de las primeras pinturas que antaño protegían el acero, ritman el espacio y configuran una referencia continua. El pórtico tipo retranquea los apoyos respecto a las medianeras para evitar conflictos con las casas vecinas de muros de carga, y el espacio resultante entre esta línea estructural y las lindes longitudinales se ocupa con el equipamiento, los espacios técnicos y el almacenaje del hogar, creando dos bandas laterales desiguales que regruesan los límites de la vivienda. Mediante la apertura de la casa en los extremos a sendos patios situados al norte y al sur, una serie de ventiladores instalados en cada crujía y una chimenea de ventilación natural situada en el lateral de la crujía intermedia, se procura una brisa cruzada en todas las estancias que, junto a la protección del alzado sur con el palio que pronto quedará cubierto de bignonias, alivian el calor sureño.
La casa se muestra a la calle como una construcción masiva y blanca, remedo de las primeras construcciones de Castilleja que han ido perdiéndose sustituidas por colores y materiales propios de la industria de la construcción más comercial e inmediata. Una cornisa-visera, un friso, un balcón que avanza sobre la calle, el muro calado y el postigo de la puerta desde el que atisbar el patio-zaguán establecen una sintaxis que remite a elementos de la arquitectura popular que facilitan el encuentro entre lo privado y lo público y ayudan a construir la calle.