Casa FC25
Cada vez son más habituales las veces que nos encontramos ante el reto de rediseñar una vivienda que ha sido previamente segregada. Esto no es sino el reflejo de una realidad inmobiliaria: vivimos en hogares muchos más pequeños que generaciones pasadas y, sin embargo, nuestras necesidades espaciales no han menguado en idéntica proporción.
Además de un tema concreto de metros cuadrados, la existencia de esa división anterior acostumbra a dar como resultado una envolvente cuanto menos extraña, ajena a la idea inicial del proyecto general del edificio.
Con esto, la labor de distribución y encaje del programa demandado acostumbra a llevarse un peso importante dentro del trabajo proyectual. Conseguir una sensación espacial mayor de la real, cambiar conceptos a la hora de conjugar habitáculos o, en definitiva, jugar con el espacio a fin de conseguir viviendas escaladas y adaptadas a las personas que van a habitarlas.
En este caso concreto, la vivienda que debíamos reformar se encontraba dentro de un edificio racionalista del año 35, obra del arquitecto Tomás Bilbao, orientado al patio de manzana, soleado y con una planta en forma de L.
Si bien esta vivienda acababa de ser segregada, lo cierto es que el proyecto original ya planteaba esa misma partición con una distribución ligeramente distinta. El espacio contaba con fachada a dos patios, uno interior y relativamente pequeño y otro de dimensiones importantes que, además, era el que recibía la luz directa del sol gran parte del día.
El programa demandado por la clienta constaba de dos dormitorios, otros tantos baños, cocina, comedor y estar en los escasos 73 m² existentes. Para poder incluir dicho contenido sin perder escala en los diferentes habitáculos se decidió ubicar el segundo dormitorio, en un principio de uso esporádico, y uno de los baños enfocados al patio pequeño, generando al mismo tiempo un pequeño espacio de acceso a modo de embudo que se abría en planta y sección desde el acceso hacia el interior siguiendo la alineación planteada por el arquitecto del edificio en el pasillo de llegada a la vivienda.
En el espacio central, un volumen luminoso y amplio que aprovecha toda la altura posible asume los usos de cocina, comedor y estar y, a su vez, una gran puerta corredera conseguía vincular espacialmente esta zona con el dormitorio principal, creando una mayor amplitud visual y aportando también dos huecos más de luz a esa zona central, la cual acaba actuando de rótula distribuidora a partir de la cual poder acceder al resto de usos de la vivienda.
A nivel material, una vez más, la estructura original se convierte en protagonista al ser desprendido el hormigón de sus recubrimientos y presidir así el espacio principal, aportando fuerza y sinceridad a la actuación que se pliega después a esta presencia, reduciéndose el uso del resto de materiales a colores neutros y maderas cálidas.
Una cocina entendida como elemento noble, un pilar central que sirve de apoyo para ubicar los diferentes muebles, un embudo gris de relación con el edificio original y una gran puerta blanca, todo ordenado según demandaba el espacio existente con el objetivo de lograr una vivienda con carácter, una vivienda que aproveche cada metro cúbico y se lo dedique a su dueña y a todo el que venga después.