Casa El Camarote
El Camarote está implantado en el valle de Los Chillos, cerca de san Pedro de Taboada (Distrito Metropolitano de Quito), en un predio que a mediados de los años 70 era bastante rural y desconectado, rodeado de vías angostas y empedradas, campos húmedos y grandes maizales. Mi abuela Amandi, con mucha visión en aquel tiempo, adquirió un trozo mediano de tierra con el fin de repartirlo entre sus siete hijos, los cuales algún día llegarían de provincia a vivir en él, en un tiempo en que la ciudad de Quito no tenía la concepción de línea interminable y expandida hacia los valles. Han pasado muchos años y son sus nietos, mis primos, los que cohabitan en esta tierra con la voluntad de encontrar una calidad de vida diferente a la que ofrece la ciudad.
Imaginariamente viajo en el tiempo y recuerdo cuando éramos niños y visitábamos este campo a las afueras de Quito. Pasábamos el día en un gran descampado. Nos albergaba únicamente un refugio hecho de bloque, madera y teja. Era una pequeña cabaña rústica en medio de la nada, sin edificios ni agresiones materiales que contemplar. Teníamos además, una casa en el árbol hecha de pingos y tablas de monte.
Era nuestro refugio, al que subíamos todo el tiempo para contemplar el maíz y las vacas del lugar. Por años fue nuestro campo y, por un largo tiempo, también pasó huérfano, hasta el día en que mis primos comenzaron a llegar a él. Lo rural, impreciso y artesanal de los vestigios del sector es mi gran repositorio de ideas para proyectar una arquitectura de pequeña escala, ligada a un paisaje que ha cambiado mucho a causa del crecimiento poblacional. En este panorama residual intento decodificar texturas y colores, así como construcciones y ruinas anónimas que componen un gran atlas visual de cosas raras y singulares.
Aquí descubro la audaz y, a veces, inadmisible combinación de materiales que parecieran carecer de reglas; simplemente se adaptan a un sentido común que guía hacia otras dimensiones no catalogadas de la arquitectura. Para este proyecto he tratado de configurar un rompecabezas de fijaciones y recuerdos. Por una parte, reconstruir la idea de una arquitectura más vernácula, lugareña, que poco a poco se ha borrado a causa del desarrollo en el valle, reemplazada en sus alrededores por una tipología intrusa y en serie.
Por otra, conmemorar la cabaña que se construyó en la propiedad de la abuela: un espacio único, pequeño, con un leve desnivel al interior que delimitaba una zona para dormir y otra de estar y, al exterior, abierto y cubierto, un espacio para contemplar los maizales y resguardarse del sol y de la lluvia, un refugio básico fundido en el campo.
El Camarote, es el nombre que en el transcurso del proceso adquirió el proyecto, en especial por su aproximación a los microespacios, habitáculos de viaje donde todo es compacto y público. Está implantado en una pequeña fracción del gran lote y germina desde un árbol ya canoso, un viejo tilo frondoso y dominante, al cual simbólicamente se le sutura la propuesta.
Debido a la superficie limitada, el proyecto busca optimizar un porcentaje justo de la parcela y establecer contactos estratégicos con el resto de la vegetación, la cual se mantuvo intacta de inicio a fin.
La propuesta está pensada para una familia corta que seguramente crecerá en un futuro y que, por el momento, no requiere abundancia de espacios encerrados. Al contrario, necesitan espacios flexibles que puedan estar abiertos o cerrados, según el nivel de privacidad que se requiera. Es así cómo nació la voluntad de plantear mecanismos rudimentarios de abertura y brindar una democracia en los niveles de intimidad.
El espacio está compuesto por tres elementos: dos losas de hormigón y ladrillo separadas del piso debido a la humedad del lugar, las cuales adquieren una vocación de servicios; y una prótesis de madera y metal, adaptada a la regularidad del hormigón que delimita los espacios para dormir y sus respectivas áreas de estar. Además, es la encargada de compactar y empacar toda la vivienda, provocando grandes vacíos y pausas horizontales en su interior. Esta gran envolvente de madera, esconde una topografía, pequeños desfases espaciales, a manera de estratos, lo cual proyecta un juego de subidas y bajadas. Así, el acto de dormir se produce en lo más alto, vinculado a los pájaros mañaneros, a las copas de los árboles, y al perfil de las lejanas montañas; mientras, la sala de estar pública es lo más ligado al piso, casi al nivel del suelo, junto a las raíces de la vegetación.
La propuesta material surge a partir de reflexionar sobre la arquitectura de los alrededores, la cual posee una codificación muy artesanal y mixta. El hormigón, a manera de base, permanece crudo y liso; el ladrillo, de formato pequeño se traba para transmitir una piel rugosa; la madera, en vigas y paredes al natural y aportando su grado de domesticidad y calor; y el metal, negro, frío, pero recio, y bajo ciertas imperfecciones de corrosión, son los componentes principales de esta arquitectura de pequeño formato. Surge como una remembranza sobre lo que aún queda en el sector y un memorial borroso de la primera obra implantada en la propiedad de la abuela.
Los espacios originales fueron cambiando en el proceso y los pequeños detalles se definieron una vez que la materia ayudaba a visualizar el proyecto. La casa cambiará con el tiempo, estamos conscientes de ello, ya que los espacios se llenarán según las necesidades y al ritmo que los hijos crezcan. A pesar de ello, el resultado fue una acumulación de energías positivas que se concretaron en un tiempo corto de construcción y bajo un presupuesto reducido.