Colegio Manuel Belgrano
En el marco de las políticas desarrollistas implementadas en el gobierno de Arturo Frondizi, que promovieron entre otras cuestiones la consolidación industrial, la relación del estado con las empresas y la apertura de la economía a las inversiones extranjeras, pero por sobre todas las cosas la figura del estado como protagonista activo de las transformaciones, la Universidad Nacional de Córdoba decide en Diciembre de 1959 llamar a concurso para la sede de la Escuela Superior de Comercio Manuel Belgrano, proponiendo como terreno un solar de grandes dimensiones ubicado en el tradicional barrio de Alberdi próximo al margen Sur del Rio Suquía.
El jurado otorga en Julio de 1960 el primer premio al estudio conformado por los Arquitectos Osvaldo Bidinost, Jorge Chute, José Gasó, Mabel Lapacó y Martin Meyer. El partido ocupa la totalidad del lote de 1 hectárea, ubicando el ingreso sobre calle La Rioja y las áreas deportivo-recreativas recostadas sobre el margen próximo al Rio.
La obra es “consecuente con la operación de crítica producida en la segunda posguerra con referencia a los momentos de consolidación de principios doctrinarios en la arquitectura de figuras como Le Corbusier, Mies Van Der Rohe o Walter Gropius”, como afirma Jorge Mele.
Podemos encontrar relaciones con otras producciones latinoamericanas contemporáneas al Belgrano como la Facultad de Arquitectura de San Pablo (1961) de João Batista Vilanova Artigas y Carlos Cascaldi, inscripta también en el legado Brutalista, contrastando la distinta manera de manipular el material, de expresividad mas plástica en el Belgrano y mas rústica en la obra de Vilanova. También a nivel local, edificios como la Escuela Normal Nº 1 Domingo F. Sarmiento de la localidad de Leandro N. Alem en Misiones (1957-63), del estudio Soto-Rivarola muestra estrechas vinculaciones con el Belgrano. Geometrías curvilíneas que contienen actividades que se organizan en una trama ordenadora rectangular, la utilización del hormigón en bruto en diversos acabados, la existencia de parasoles no solo como elementos de control climático sino también de existencia plástica, la flexibilidad programática y el uso de grandes cubiertas como soportes de la idea de continuum espacial ponen en relieve el espíritu de la época que sobrevolaba la producción de algunos exponentes latinoamericanos, influenciados por el legado de esta fase del maestro Suizo iniciada por la Unité d´habitation de Marsella. De esta manera podemos entender que la obra se produce en un momento de revisión y cuestionamiento de los preceptos de la modernidad, que manifiestan una puesta en crisis del aparato de la razón como matriz medular y unívoca del proyecto arquitectónico, articulando variables que incorporan un nuevo discurso de carácter más sensible.
No obstante, la obra no es una réplica acrítica del legado Corbuseriano, hay una clara intención de incorporar otras voluntades al aparato proyectual para comprenderlo como productor de sentido que resignifique su propio contexto. Esto se observa en la voluntad de ser del edificio como artefacto cultural, que comprende el proceso de enseñanza-aprendizaje como uno de los actos constitutivos en la formación del hombre, intentando superar la dualidad colegio-vida al sumar actividades extra-colegiales. Hay así, mayor “humanidad” en el Belgrano que en las paradigmáticas referencias internacionales a las que parece tributar, tan ensimismadas en la manipulación objetual y en la dimensión artística como principal compás de la sinfonía proyectual. El programa educativo traduce el clásico claustro doctoral de los edificios decimonónicos de función pragmática (iluminar y ventilar) como espacio sustantivo del conjunto que apuesta al encuentro.
La gran cubierta es la protagonista que conduce las partes a una visión de totalidad. Es estructura, principal personaje de la plástica edilicia, y centrifugador de las múltiples partículas funcionales que yacen bajo su cobijo. En un programa de tipo pabellonal, donde los límites son virtualizados y se permeabiliza la relación interior-exterior, la cubierta permite que ocurra el acto que caracteriza la propuesta: el encuentro, las miradas y relaciones sociales que son activadas por una serie de recintos que fluyen y se articulan bajo este gran sistema estructural-plástico-funcional como sujeto del gran contenedor programático.
El carácter de monumento que se erige en un tejido de baja altura convive respetuosamente con el protagonismo del Hospital de Clínicas, mientras evidencia el interés puesto en la escala que le ofrece el Rio Suquía. La arquitectura del Belgrano pone en relieve su criterio experimental y un emplazamiento que apostó a una ciudad con miras al futuro. Ahí reside su mayor valor, más allá de su impronta técnico-lingüística que apuesta a la cultura material frente a la visual, su tributo al discurso Brutalista Corbuseriano y un partido funcional de vanguardia, es en la relación del objeto con la ciudad y especialmente con su Rio, que intenta conducir su rumbo hacia otros puertos, casi en un acto insular pero indeleble, con el gran peso de un monumento que dirige su mirada hacia un futuro mejor. Es en síntesis, el buque insignia de una “modernidad apropiada”, que amarrado al sentido de su propio tiempo, libra batalla ante una Córdoba conservadora y apunta su proa en un diálogo casi desafiante con su principal externalidad, el Río Suquía, en el cual encuentra la oportunidad de conquistar el territorio de su identidad.
Arq. Martín R. López