Casa M
La implicancia espacial de las operaciones formales construye el argumento más contundente de esta obra. Un simple volumen de base rectangular sufre un corte y un desplazamiento en horizontal.
De este modo el espacio se complejiza y la morfología sigue estando controlada. Dos medidas rigen las alturas de la vivienda, hasta los 2.2m se definen los muros y las aberturas y desde ahí hasta los 4.40 se genera el espacio de la cubierta. Así aparece una topografía sinuosa sobre la cabeza de los habitantes y un contraste con la planicie del suelo de la llanura pampeana. Todo esto se vuelve más dramático gracias a la manipulación de la iluminación natural que se filtra por los lucernarios distribuidos en todo el área. Desde la calle la casa se vuelve hermética pero desde el interior la percepción encuentra un contrapunto.
El programa de actividades privadas se desarrolla dentro de las cajas inferiores, dormitorios y baños se agrupan en el volumen mayor y cocina, lavadero y depósito en otros dos más pequeños. Las actividades públicas de la casa quedan delimitadas por el desfase que produce el techo y un cierre vertical de vidrio de diferentes opacidades (transparente hacia el fondo del lote y traslúcido hacia los laterales). El uso del hormigón a la vista conjuga estructura de sostén, estructura espacial y expresión de la vivienda. Este material se utiliza principalmente hacia el exterior pero producto de la disposición de las piezas constitutivas del conjunto, termina formando parte de los límites del interior del área común. Así nuevamente se produce la oposición entre “lo rugoso y lo bruto” con “lo pulido y lo brillante” del vidrio y el yeso. La experiencia del espacio se produce con una materialización sintética pero rotunda con situaciones explícitamente diferenciadas y opuestas.