El Lasso Community Center
El proyecto de arquitectura negocia siempre con el territorio, aunque a veces esta negociación nos venga dada. En el centro comunitario de El Lasso, la calle de tráfico rodado y la topografía definen una forma y un lugar, el proyecto se limita a limitar, a construir el encuentro entre un jardín y un mirador hacia el mar. Muchas veces la arquitectura construyó estas fronteras permisivas, como los muros construidos en los barrancos que evitan la erosión de los mismos. El deseo de crear un lugar siempre es anterior a la realización arquitectónica. El jardín interior inventa un dominio colectivo formado por un vacío arbolado protegido del exterior, por un muro perimetral curvo existente, convirtiéndose así en el escenario de una representación adecuada a los usos comunitarios del barrio. La edificación mira al Océano Atlántico, entre las vistas al mar y el jardín interior, a través de una terraza longitudinal, como filtro entre el exterior e interior, consiguiendo estratos espaciales atravesados por grandes huecos luminosos y condiciones óptimas de sostenibilidad y confort.
El color vivo y las sombras llenan de movimiento el plano de la fachada hacia el mar, que queda así convertido en un paisaje de luz polarizada, no como elemento pasivo que se muestra y exhibe, sino más bien como actor del edificio. La planta se convierte en un grueso muro sobre el que se tallan y orientan los distintos espacios, que como cámaras fotográficas captan instantáneas del entorno. Nada queda por añadir sobre esta arquitectura que con la naturalidad de la labranza se hace contenido del territorio y encarnación del paisaje canario, pleno de color, tapias secas, rodrigones, torrentes y acequias.
The architectural project always negotiates with the territory, although sometimes this negotiation comes given to us. At the Lasso Community Center, a neglected neighbourhood of Las Palmas, the existing street and valley topography define a form and a space, the project just limits itself to draw limits, to construct the encounter between a garden and a viewpoint towards the sea. Often the architecture constructed these permissive borders, like the walls raised in valleys to avoid their own erosion. The desire to create a place is always prior to the architectural accomplishment. The inner garden invents an open collective dominion formed by an enclosing curved wall, the built form and the tree shades. It becomes the scenario for representation of the communitarian use. In between the sea-views and the garden, the longitudinal built terrace watches the Atlantic Ocean, acting as a filter of light, spaces, northern breezes and contained views.
Versus time, the alive colors and casted shadows flood the facade that overlooks the sea, turning it into a landscape of polarized light. The facade turns into an actor rather than a passive element that just stands and shows. On plan, the built form is a heavy wall on which spaces are carved and oriented to catch snapshots of the exterior. The building section gently negotiates the sloping topography allowing for two accesses at different levels.
Architecture that almost with the ease of farming becomes content of the territory and incarnation of the Canarian landscape, full of color, dry mud walls, torrents and drains.