HOTEL ACTA MIMIC
Señoras y señores, niños y niñas, amigas y queridos, policías y ladrones, alcaldables y emprendedores, etc. y etc., la ciudad todavía es un espectáculo. Luchando de forma insolente con el actual imperativo de sobriedad y economía de recursos, aquí les presentamos un edificio escandaloso y exhibicionista.
Repasando un poco la historia, resulta que en una calle prima política del Paral·lel pero ya dentro del galimatías de callejuelas que es el Raval, antes también y sobre todo Barrio Chino, había un teatro de sencilla grandilocuencia. Este edificio de pública concurrencia ha llegado hasta nuestros tiempos en forma de ruina decrépita que ocupa su día a día manteniendo precariamente erguida una fachada y algún que otro muro ya olvidado, y funcionando como refugio de actividades mal vistas, insanas pero de una naturalidad ciudadana evidente. No del todo inesperadamente, su aparente inutilidad, inmoralidad o problema, es ahora vista como la oportunidad para construir un nuevo hotel que no se sabe si ha de atraer u hospedar a los turistas, necesarios o inevitables, que llegan a la ciudad de Barcelona.
Hablando del edificio, de entrada se siguen dos estrategias clásicas: escuchar al lugar i preguntar al usuario. Para concretar descriptivamente esta generalidad, diríamos que para escuchar al lugar se pone la oreja y se habla construyendo entre dos muros. Es decir, se decide conservar una fachada histórica a pesar de no estar protegida e inserir la construcción entre esta y la medianera de la edificación vecina. La nueva construcción trata el cuerpo de habitaciones como si de una estantería se tratara y utiliza patios de luz, recurso que se toma de las propias edificaciones históricas del compactísimo casco antiguo, para dar un ambiente dramático a los espacios comunes, que se sitúan por debajo del nivel de la calle. La relación de la fachada ordenada y estática que daría, y efectivamente da, un programa de habitaciones convencional con el resto de fachadas de la zona se tiñe de una cierta complejidad y cambio utilizando un gran telón que registra sobre la fachada del nuevo edificio los cambios de luz del día.
Estas decisiones son de espacio pero también de estrategia de asentamiento. Siendo muy sobrios y directos, se tendría que decir que se conserva la fachada como recuerdo del edificio que allí una vez existió pero también como herramienta para negociar con la normativa y conseguir el permiso, señor, sí, señor, que permite retrasar el edificio en planta baja, formar un porche y abrir un patio interior a la densísima trama de calles de la zona. Este trabajar con la normativa permitirá ubicar habitaciones en planta baja que a su vez solucionan las condiciones de privacidad con peculiares sistemas de agrupación, entradas de luz de una cierta radicalidad y el desdoblamiento de las plantas.
La gran tela que cubre las fachadas persigue que tanto desde dentro de las habitaciones como desde la calle el aspecto del edificio varíe a lo largo del día a la vez que cambian las condiciones lumínicas del interior y del exterior. Es la apuesta por la integración con la variedad que muestran los edificios colindantes. La sobriedad y seriación que pide la economía de recursos que se quería aplicar a la construcción de este edificio se viste de variedad mediante esta gran tela, telón llamado a ser cambiado según la temporada y encargado de tamizar de manera diferente la luz natural del día respecto de la artificial de la noche.
Preguntando al usuario, el nuevo hotel tiene dos aires diferentes según estés en la habitación o en alguno de los espacios comunes. Las zonas públicas del edificio, por debajo del nivel de la calle, están tratadas de manera heterogénea para generar rincones y pequeños espacios diferenciados. Se ofrece una variedad en formas, colores, mobiliario que tendría que ser una extensión del dinamismo callejero que queda fuera de la visión directa. Bien al contrario, las habitaciones son tratadas con sobriedad para ser fácilmente adaptadas por las propias decisiones del turista. Desde el interior de la habitación se establece una relación visual directa con la calle a través de la propia zona de ducha, que se coloca en fachada, y el gran telón que ayudado por unos vinilos protege de la visión desde la calle.
El hotel, a pesar de ser un lugar de reposo para el turista, quiere mantenerse ultraurbano, salpimentando el interior con una dosis de exterior, con objetos y combinaciones en las partes públicas y con el establecimiento de vistas desde las habitaciones hacia la calle, y colocándose el mismo edificio como una puerta que permita la entrada desde la calle a las partes escondidas, privadas y heterogéneas de un casco histórico.