Vivienda unifamiliar en Luanco
A veces en una obra queremos decir tanto, queremos incluir tanto de lo que bebemos continuamente, de lo que gustamos, que nos excedemos. Me reñía Posada de pequeño, porque una obra pictórica no es un cuento, no es una historia. ¿No es una casa un recorrido? Querríamos como un Aleph, tener un punto que lo dijese todo. Nos pasamos, no importa, no vamos a hacernos más de una casa y esta no llega a cincuenta metros por planta. Las casas vecinas ya no se reconocen como de pescadores tras el alicatado. Las preexistencias, una casa de pescadores que llevaba allí doscientos años, que nos dio sus tejado para cubrir las medianeras de nuestra nueva altura, y un muro de mampostería que forma el patio al mar con un seto de sanjuanín.
La mar que sube y baja con tal belleza, con tal barahunda de gaviotas que alborotan frente a la vieja torre convertida en ya sólo soporte de un reloj. Las galerías de las casas que se miran en la bahía cuando sube la mar y la mar que de noche les devuelve su luz reflejada.
Al otro extremo de la nuestra, de nuestra galería, Santa María, la Iglesia de Luanco que yo creo muy bonita metiéndose en la mar, y me saluda desde la buhardilla, plano de hormigón doblado, como la mano que protege del sol el ojo que mira el mar, diedro forrado de zinc, ¿Por qué no de cobre para que se haga verde junto al mar? Porque prefiero que se confunda con el cielo lluvioso, que no brille tanto cuando lo coloco.
Y desde allí recogido en mi calefacción ver la tormenta, ver la luz que me entra, por la escalera y por la noche las estrellas y la luna, que no deja dormir a Susana. Y la cala de Samarincha.
Subo del comedor tan recogido, con esos huecos que parecen marcos, con ese suelo de caliza fría de peñas, con su veta, y me encuentro en el salón sin fondo que se abre sobre el espacio sordo, y sobre el jardín de los vecinos que supieron escoger en este rincón sus veranos.
La escalera al ser de un tramo que se aligera cuando sube hacia el cielo, corta de arriba abajo el proyecto y se abre siempre a un lado para así incorporar su espacio y no perder los pocos metros que tenemos.
No quise cargar con barandillas el espacio y las lunas te vidrio te reflejan la vista cuando miras adentro, vuelve a ver así la galería dentro de casa.
El forjado que separa el comedor y salón es de madera, quería que de castaño pero es de iroco, y apoya sobre perfiles de hierro, los demás forjados son de hormigón menos la baja que mantiene los niveles de la casa que había y genera un desfase que motiva esas pasarelas que cruzan el salón para acoger sin duda la televisión, CD, DVD…que nos hagan dejar de mirar tanta paz y nos metan de nuevo en la cruda realidad.