Un jardín atravesado, nuevo espacio para el arte. Sierra de Madrid
Afinar la mirada, descubrir la belleza detrás de los acontecimientos cotidianos, ser capaces de aprehenderla, de hacerla propia, de dejar que nos cambie, es el nudo gordiano del proceso creativo, y esta obra se construye en un contexto especialmente adecuado para ello. Situada en una finca en las inmediaciones de la sierra del Escorial la intervención responde a la necesidad de unir dos casas que constituyen una única vivienda con la particularidad de que ésta alberga importantes obras de arte.
Así, el proyecto se concibe como un contenedor que permita habitar con las pinturas y esculturas de una colección única, a través de la cual se descubre la mirada singular de Plácido Arango.
A diferencia de un museo, lugar de admiración y de encuentro puntual con el arte, la propuesta asume el reto de hacer un espacio para la vida en el que la luz y la relación con la naturaleza cobran especial importancia. En las entrañas de un trozo de jardín con encinas y alcornoques se establece una nueva conexión entre las dos casas separadas por él. La primera de ellas se articula en torno a una gran sala de recepciones, en la segunda se disponen las dependencias de mayor privacidad, biblioteca, habitaciones. La unión se produce a través de unas salas enterradas como tubérculos que adaptan su geometría para no dañar las raíces de los árboles existentes.
Con la libertad de quien se ha desprendido de la apariencia (el proyecto no emerge, no aparece sobre la superficie) los muros se quiebran y asumen alegremente y sin complejos la simplicidad como sinónimo de precisión, disolviendo en ella la complejidad que a la arquitectura le es propia. Por ello, todas las decisiones de proyecto han ido encaminadas a evitar la singularidad de los elementos arquitectónicos y alcanzar la invisibilidad necesaria para que nada distraiga de la contemplación de las obras de arte.
Se construye así un lugar para la mirada, en el que se produce una sutil retirada de la presencia física de la arquitectura a un segundo plano. La arquitectura se sabe envolvente y surge más atenta a su capacidad de establecer relaciones adecuadas que a su propia formalización. Convertir dos casas en una es crear entre ellas la distancia adecuada, porque la arquitectura, como la música, requiere tiempo para ser descubierta, porque su percepción es secuencial.
Como el estuche de un stradivarius esta intervención se adapta al jardín y a las obras que ha de contener, desaparece al exterior dejando como única huella unos vidrios ordenados que reflejan trozos de cielo sobre la verde superficie de la pradera. Y en el interior, como un cofre, sus muros, paños blancos y espacios de luz, albergan los tesoros escondidos de este jardín atravesado
xxspecialfeature:spanishmuseumsxx