En el centro de uno de los valles más húmedos del norte de Navarra. Un valle de colinas suaves pero robustas, donde el pasto verde y los robles configuran un paisaje de fuerte carácter cuyo color va cambiando según las estaciones. Un valle poblado según un sistema de pequeños núcleos relativamente cercanos, que se configuran de una manera solo aparentemente aleatoria. Con edificaciones potentes, de grandes volúmenes unitarios y aislados que parece que se tocan, pero que en realidad luchan unos con otros por demostrar su rotundidad arquitectónica. Una rotundidad que nace de la climatología existente, pero también de un sistema productivo, el ganadero, que antaño obligaba a alojar en la casa a todos, habitantes y animales. Una rotundidad en la que siempre destaca la cubierta como elemento unificador de los distintos contenidos. La rotundidad, en definitiva, del “caserío navarro”. En este contexto, se plantea construir un complejo hípico de alto rendimiento dedicado a la doma clásica y que alberga algunos de los caballos, de las fuerzas de la naturaleza más sofisticadas y a la vez fuertes, que la misma ha creado.
La idea de la claridad y el poder arquitectónico demostrado en los asentamientos adyacentes, siempre ha estado presente en el proyecto. Por encima de los materiales o de determinadas configuraciones expresivas, ha sido este principio, el de la volumetría clara como manera de relacionarse con el entorno, lo que inspira la propuesta. Una claridad que invade, no sólo la manifestación externa, sino también la organización estructural y constructiva de los edificios. Junto a ello, otra reflexión, intensamente arquitectónica, está detrás del proyecto. La mezcla de escalas, la manera de jugar con ellas y de relacionarse, la necesidad de combinar grandes espacios de entrenamiento o de cuadras, con otros más menudos de carácter doméstico, argumenta la decisión fundamental de que todos los usos, independientemente de su tamaño, aparezcan recogidos y configurados en esos volúmenes únicos y totales, coherentes a su vez con la idea de claridad y rotundidad a la que nos hemos referido en la reflexión anterior. De esta manera, las casas que albergan las personas que trabajan y entrenan en el complejo, no se diferencian de la volumetría, casi de granja agrícola, definida para contener las pistas de entrenamiento o las cuadras, sino que, por el contrario, se ubican integradas en el interior de estos volúmenes, no estableciendo diferencia alguna con los mismos, ya que ello hubiera significado una fragmentación poco compatible con el paisaje natural y arquitectónico del valle.
Los materiales juegan un papel importante en el proyecto. La sustitución de los habituales y tensos muros enfoscados y pintados de blanco de los caseríos y las granjas de ganado por la chapa de color aluminio, permite, combinada con la madera de roble que se utiliza tanto en las carpinterías, como en los interiores, revestimientos verticales y pavimentos, un juego de gran valor expresivo. En general, el uso de los materiales se ve ilustrado por un principio como es el de intentar dotar de contemporaneidad a soluciones tradicionales presentes en el entorno. En este sentido, la manipulación del roble a partir de grandes secciones procedentes de la explotación controlada de los bosques propios, una manipulación que, como en el caso de las grandes piezas que salvan algunos desniveles existentes se limita a simples cortes volumétricos de un tronco, resulta fundamental en la lectura material del conjunto.
La organización es relativamente sencilla. Un gran volumen alargado contiene las cuadras y las viviendas de guardas y trabajadores. La cubierta es la misma, inclinándose ésta para albergar la mayor altura requerida por el segundo uso a la vez que en este punto se configura el acceso principal al conjunto. Paralelamente, un gran volumen conectado perpendicularmente con el primero, contiene la pista olímpica de entrenamiento así como la vivienda de los propietarios y una zona de estar y formación para jinetes y entrenadores. Así desde los lugares de estancia, se tienen vistas directas tanto hacia la pista interior como exterior.
El proyecto de paisaje, básicamente sigue las directrices de las parcelaciones del valle. Líneas de robles dividen los lotes, configurando prados longitudinales que siguen, más o menos, una directriz perpendicular al río, el río Ultzama, donde todavía se pueden encontrar truchas y nutrias, y que delimita la finca. Ahora, estos prados están llenos de caballos.