Se propone una torre en lo más alto de Madrid, en la Moraleja, tan alta tan alta que desde ella podría verse el mar en los días claros.
Se construye una gran estructura, una megaestructura (¿qué es una torre sino una gran estructura vertical?) que como una matriz (“matrix” fue el lema del concurso) acoge todas las plantas hasta llegar a una altura de más de 350 metros. Las plantas, muy sencillas, sobre una trama ortogonal de 12x12 m, son cuadradas, de 60 x 60 m, y se apoyan en cuatro núcleos verticales de comunicaciones en las esquinas de 12 x 12 m.
La estructura lógicamente es de acero y como tal se muestra acabada en acero inoxidable mate. Cada 12 plantas una entreplanta doble para las instalaciones se resuelven con grandes vigas vierendel.
El rascacielos se apoya sólidamente en la tierra en un podio pétreo, cual si de un muelle se tratara, que es a la vez el intercambiador de todos los sistemas de comunicación. El enorme terreno en el que se ubica, cuyo tamaño es una vez y media el parque del Retiro de Madrid, se transforma en un potente bosque de robles. La cabeza de la torre es más transparente, como un gran ojo que mira al norte la sierra, al sur Madrid, y más allá, a lo lejos, el mar.